No eran las nueve y media cuando bajé en el ascensor. Suerte que no me crucé con mi hermosa vecina, la señora Grebsel. Hubiera tenido que darle explicaciones. Si me veía en la escalera de la estación, ya no hacía falta explicar nada.
Hacía frío fuera, un anochecer de marzo. Me subí el cuello de la chaqueta, me puse el sombrero, palpé en el bolsillo mi último cigarrillo. Me acordé de la botella de coñac: era una marca cara. Con el almohadón bajo el brazo izquierdo y la guitarra bajo el derecho, me encamine una vez más a la estación.
Noté los primeros indicios de que estábamos en el momento del año que aquí llaman “de los locos”. Un joven borracho y disfrazado de Fidel Castro quiso empujarme pero le esquivé. En la escalera de la estación aguardaba un grupo de toreros y de mujeres con mantilla. Había olvidado que estábamos en carnaval. Tanto mejor. Un profesional pasa inadvertido entre aficionados. Puse el almohadón en el tercer peldaño, me senté, me quité el sombrero y coloqué dentro el pitillo, no del todo en el centro ni tampoco a un lado, como si lo hubiera dejado caer desde arriba, y me puse a cantar… Nadie se fijó en mí, ni tampoco convenía: al cabo de dos, tres horas empezarían a fijarse.
Me interrumpí al oír dentro los altavoces, anunciaban la llegada de un tren de Hamburgo, y seguí cantando.
Me sobresalté cuando cayó la primera moneda en el sombrero: era de diez pfennigs, y dio en el pitillo y lo desvió demasiado a un lado. Volví a ponerlo en su sitio y seguí cantando.
Larecolocación
Dienstag, 30. September 2008
Opiniones de un Payaso
Publicado por jodydito en 9:04 PM
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Recuerdos de las heridas
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2 comentarios:
La vida está llena de momentos de completa cotidianidad.
Un encantador de pitillos...
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